HISTORIA DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ. Una cronología de lucha por los derechos humanos.

Poradmin

diciembre 15, 2025

El Premio Nobel de la Paz suele asociarse con imágenes de aplausos, discursos emotivos y líderes aplaudidos en Oslo.

Sin embargo, la historia del galardón también está marcada por ausencias que revelan la cara más dura de los conflictos políticos: laureados que no pueden recibir su premio por cárcel, censura, exilio o temor a represalias.

El patrón se repite a lo largo de las décadas. En 1935, el pacifista alemán Carl von Ossietzky obtuvo el Nobel mientras estaba detenido en un campo de concentración nazi y nunca pudo viajar a Noruega.

Ya en tiempos recientes, el disidente chino Liu Xiaobo se convirtió en un símbolo global cuando el Comité Nobel dejó una silla vacía en el escenario en 2010 porque él seguía encarcelado y sus familiares tenían prohibido salir de China.

En 1991, Aung San Suu Kyi recibió el Nobel de la Paz mientras permanecía bajo arresto domiciliario en Myanmar.

Tenía la opción de viajar, pero decidió quedarse por temor a que la junta militar le impidiera volver, lo que habría significado alejarla de la causa democrática en su país.

Su familia la representó en la ceremonia, mientras la silla vacía recordaba las restricciones impuestas por el régimen.

La lista incluye también a figuras como Andréi Sájarov, científico soviético y disidente, a quien las autoridades de la URSS le negaron la salida del país, y al activista bielorruso Ales Bialiatski, que cumplía condena cuando fue galardonado y fue representado por su esposa.

En cada caso, los gobiernos buscaron limitar el impacto político del premio evitando que los galardonados se proyectaran desde una plataforma global.

En 2023, la activista iraní Narges Mohammadi recibió el Nobel desde la prisión de Evin. Sus hijos, exiliados en Francia, viajaron a Oslo para leer un mensaje que ella consiguió hacer llegar desde la cárcel, en medio de denuncias por violaciones de derechos humanos en Irán.

La imagen de familiares en el escenario, o de una silla vacía, se ha convertido en un símbolo recurrente de resistencia y denuncia.

Estas ausencias forzadas muestran un patrón: gobiernos que restringen libertades, bloquean salidas del país y castigan a quienes logran visibilidad internacional por su defensa de los derechos humanos.

Lejos de ser un detalle logístico, se trata de decisiones políticas que buscan enviar un mensaje interno de control y, al mismo tiempo, minimizar el impacto externo del reconocimiento.

Para el Comité Nobel, dejar una silla vacía o dar la palabra a familiares y representantes se ha transformado en una forma de subrayar la situación de los galardonados, mantener viva su causa y evidenciar las tensiones entre el premio y los regímenes que consideran peligrosa la disidencia. Cada ausencia recuerda que la paz que se celebra en Oslo sigue siendo un objetivo en disputa en muchos países.

En ese contexto, las historias de Nobel de la Paz ausentes invitan a una reflexión más amplia sobre el poder y los límites de los reconocimientos internacionales.

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