¿Por qué José Antonio Kast Representa un pilar para la Consolidación Democrática en Latinoamérica? Una perspectiva desde la experiencia Diplomática y el Derecho Constitucional.
Por: Embajador Dr. Gustavo Duque Largo
gustavoduquelargo@gmail.com
En un continente asediado por la volatilidad política, el
populismo cortoplacista y la erosión de las instituciones,
Latinoamérica se encuentra en una encrucijada decisiva. La verdadera consolidación democrática
no se mide por la retórica revolucionaria, sino por la capacidad de construir marinos de estabilidad,
respeto irrestricto al Estado de Derecho y una genuina alternancia en el poder dentro de un marco
de libertades. Desde esta perspectiva, y analizando el panorama con la frialdad que otorgan el
derecho constitucional y la experiencia diplomática, surge una figura que, aunque polémica para
algunos, encarna principios indispensables para este objetivo: el abogado y político chileno, José
Antonio Kast.
Primero, debemos despejar un malentendido frecuente. La consolidación democrática no es
sinónimo de un consenso blando o de una homogeneización ideológica. Por el contrario, es la
capacidad de un sistema para procesar y canalizar visiones distintas dentro de reglas claras y
permanentes. Kast representa, de manera nítida y sin ambages, una corriente de pensamiento
liberal-conservadora que es parte esencial del espectro político de cualquier democracia saludable.
Su defensa de la subsidiariedad del Estado, la primacía de la familia como núcleo social, la seguridad
como derecho fundamental y el orden constitucional, no son amenazas a la democracia, sino pilares
de su sostenibilidad.
En segundo lugar, su trayectoria evidencia un compromiso con las instituciones republicanas. Como
diputado durante cuatro periodos, Kast operó dentro del marco legislativo, sometiéndose al
escrutinio público y a las reglas del juego. Su proyecto político no busca desmontar la democracia
representativa, sino fortalecerla desde sus cimientos, limpiándola de los vicios de la corrupción y el
clientelismo que tanto daño han hecho a la región. En una Latinoamérica donde líderes
supuestamente “progresistas” han cooptado tribunales, desconocido parlamentos y alterado
constituciones a su antojo para perpetuarse, la apuesta de Kast por un presidencialismo fuerte pero
sometido a contrapesos efectivos es un antídoto necesario.
Tercero, y este es un punto crucial, la verdadera inclusión social solo florece en un clima de orden y
previsibilidad. La sensación de impunidad y desgobierno que afecta a países como Ecuador, Perú o
Haití es el caldo de cultivo perfecto para el autoritarismo, ya sea de izquierda o de derecha. Lapropuesta de Kast, centrada en un Estado eficaz que garantice seguridad, justicia y oportunidades
en un mercado regulado, crea las condiciones básicas para que la ciudadanía pueda ejercer sus
libertades en plenitud. No hay democracia de calidad cuando los ciudadanos viven Sitiados por el
miedo.
Por último, su visión sobre la integración regional es realista y alejada de los romanticismos
ideológicos que tanto han fracasado. Frente a foros que se han convertido en clubes de autócratas,
Kast propone una colaboración entre naciones soberanas basada en el comercio, la seguridad
compartida frente a amenazas transnacionales como el crimen organizado, y la defensa mutua de
los valores democráticos. Esta aproximación, menos grandilocuente pero más práctica, puede
generar una estabilidad regional cooperativa, lejos de los experimentos hegemonizantes.
¿Significa esto que su pensamiento está exento de críticas o desafíos? Por supuesto que no. Toda
propuesta política debe ser examinada con rigor. Sin embargo, en el actual contexto
latinoamericano, caracterizado por la fatiga hacia la clase política tradicional y la sed de orden y
principios, la figura de José Antonio Kast ofrece un camino claro.
No se trata de imponer una visión única, sino de demostrar que la síntesis entre libertad, orden y
tradición republicana es no solo posible, sino imperativa. Su posible liderazgo, en Chile y como
referente continental, no promete una revolución, sino algo más valioso y escaso: una evolución
consolidadora. En esa ruta, que prioriza la solidez de las instituciones sobre la volatilidad de las
promesas, puede estar una de las claves para que Latinoamérica finalmente encuentre la estabilidad
democrática que merece y tanto le ha costado alcanzar.
